ace más de un siglo, mientras la sicalipsis –la contracultura de cupletistas, artistas «frívolas» y defensoras del feminismo más salvaje– se extendía como si se tratase de una epidemia, surgían las ¡supersicalípticas!, nuestras primeras y más atrevidas modernas. Lo hicieron en 1902 a través de Las Mujeres en la Intimidad, una revista erótica que sus editores llamaron «Portfolios Supersicalípticos». Dos de aquellos prodigiosos números, «Cómo se arman las mujeres» y «El manejo del arma», eran tremendos y marcaron el inicio de un proceso de transformación social. Poco a poco, la mujer irá abandonando su papel de «ángel del hogar», y aquellas que no ponían la otra mejilla serían descritas como desfeminizadas y, por supuesto, locas.
En las siguientes tres décadas las mujeres sacarán músculo, llevarán alfileres en los sombreros y navajas en las ligas para su defensa personal, se batirán cuerpo a cuerpo en la lucha grecorromana ¡feminista! o aprenderán jiu jitsu para hacer frente a acosadores, matones y hasta policías, como las portentosas sufragistas inglesas. Nuestras supersicalípticas, como la Bella Chelito, indiscutibles reinas de la noche y los cabarets, realizaban giras por todo el país haciendo demostraciones contra maestros japoneses de las artes marciales, mientras escandalizaban a la españolez más rancia con su alegría y libertad, preparándose para la fatídica fecha de 1936, cuando muchas de aquellas furias crearon Batallones de Mujeres, conectando la imagen mítica de la miliciana con la guerrillera del siglo XIX, la puñalá arrabalera y goyesca con los monos azules de trabajo.
Nosotras, que queríamos ser libres, entre otros materiales, recoge en formato facsímil un espectacular estuche con un desplegable gigante de más de un metro con el facsímil de aquellos legendarios dos números y da cuenta de esta revolución alrededor de la fuerza física, la agresividad, el deporte, las artes marciales y las armas, todas ellas antiguas cuestiones sobre poder, masculinidad y hegemonía.