Lo digital no sólo ha cambiado nuestra imagen del mundo, sino también nuestro uso de los sentidos, en especial el tacto y la mirada. No nos miramos ni tocamos como en el mundo agrario ni el industrial que nos han precedido, y de los que han surgido los códigos morales conocidos hasta hoy. Los educadores y profesionales se esforzarán en vano, pues, si proponen la vuelta a una «ética» que pertenece a un mundo inexistente. La revolución en la ética estriba en que está cambiando el marco más profundo de percepciones, hábitos y creencias que nos servían hasta hoy para hablar de la moral. ¿Qué significa para las nuevas generaciones informatizadas «conciencia» o «compasión», «deber» e incluso «deseo»? ¿Puede hoy la «moral» tener valor por sí misma? Sólo podrá tenerlo si acertamos a introducir el valor del conocimiento en la ética, sin olvidarnos de acomodar también en ella el valor de la percepción sensorial del otro.
Éste es un ensayo, documentado y sugerente, que apuesta por una ética del «mínimo común», acorde con la nueva era de la información. Pero también es una llamada a la recuperación de los sentidos y del contacto personal, como la otra clave de una ética válida para nuestro tiempo. El autor desarrolla con rigor y creatividad esa conjunción de lo «cognitivo» con lo «sensitivo», casi siempre separados, cuando no opuestos, en el pensamiento tradicional.