Rebeldes, chamanes y terroristas, entre otros, han ocultado su rostro, usado el disfraz o defendido el anonimato por distintos motivos, desde los tenebrosos Vigilantes, las antiguas sociedades secretas y los primeros klansmen, ocultos bajo impresionantes máscaras de animales, luciendo cuernos y armados con cuchillos, hasta el escurridizo Fantômas —el primer gran archivillano— y la belleza perturbadora de Irma Vep y Les Vampires, la sonrisa siniestra del Guy Fawkes de Alan Moore y David Lloyd en V de Vendetta (el rostro, ahora ubicuo gracias a Anonymous, que aseguraba que no puede matarse una idea) y el pasamontañas negro del subcomandante Marcos o el multicolor de Pussy Riot. Estamos ante un enorme libro negro sobre esa otra historia «oscura y peligrosa».