Cumplimos dos años de lecturas compartidas, de sacar todo el jugo a los libros que leemos y de descubrir autoras que nos abren mundos por transitar.
Nos gusta conversar sobre libros y sobre la vida que éstos encierran. Han sido dos años de intercambio y de crecimiento como lectoras. Éstos han sido nuestros libros, que te recomendamos con los ojos cerrados.
EL CLUB DE LOS JUEVES cumple un año
Una tradición habitual en las facultades de humanidades en Estados Unidos era reunirse cada jueves para un pequeño cóctel al que podían asistir estudiantes, profesores, y antiguos alumnos, donde nunca faltaba una copa de jerez. Se le llamaba “La hora del jerez”.
Lo cuenta la apicultora, bióloga, escritora y bibliotecaria Sue Hubell en su entrañable libro Un año en los bosques. No conocía esa tradición y dudo si aún hoy en día se practica, cuando yo viví en Bloomington y estaba en la facultad de documentación no la conocí. Me pareció una idea preciosa que debería practicarse en todas las facultades del mundo y me recordó que nosotras de alguna manera celebramos cada primer jueves de mes algo parecido, nuestra hora del libro.
Estaba terminando de leer este libro curioso y entrañable, cuando Mónica me dijo que si escribiría algo breve sobre el año que ha cumplido nuestro club de lectura. Claro, le dije. Casualmente, al hilo del título del texto de Sue Hubell, estaba yo en el ejercicio de hacer memoria de todas las lecturas que hemos compartido durante este tiempo, intentando reflexionar también sobre la huella que han dejado en mí, qué me han descubierto esas lecturas, y si todas nosotras tendríamos sensaciones parecidas.
Me emocionó la sencillez y el descubrimiento de Tea Rooms, me pareció que Luisa Carnés reflejaba muy bien una época y todo un mundo mirando desde el mostrador de un salón de té, además de la condición de la mujer, las diferencias sociales…. Ángela Carter y La juguetería mágica, me descubrieron que a través de otros mundos pueden descubrirse el pálpito del “mundo propio” y por ende el de “lo universal”. Gilead de Marilynne Robinson fue como recobrar la belleza de la aridez y la fuerza de la sencillez. Herta Müller y Todo lo que llevo conmigo me sorprendió con la capacidad de contar una historia como si fuera propia y sentir la crudeza y los sinsabores padecidos por el protagonista y narrador de la vivencia. Volví a las páginas de Nada de Carmen Laforet, una lectura que hice de adolescente y sentí que nada había cambiado, porque el descubrimiento de la vida, desde la perspectiva de una joven que aterriza en un mundo entre sombras, me remite a los claroscuros de la sociedad contemporánea. Me identifico con la mirada de Andrea ante todo aquello que no acierto a comprender o me sorprende.
Llegó el verano y rememoré la frescura de la prosa de Chimamanda Ngozi Adichie. Americanah es un libro abierto, ligero, de lectura rápida, interesante porque nos descubre aspectos de la clase media nigeriana y la conciencia de una afroamericana recién llegada a Estados Unidos y la percepción por primera vez en su vida de su condición de “negra”.
Entrando en el otoño, nos paseamos por las páginas de La revolución de las Flâneuses, de Anna Mª Iglesia. El ensayo sobre la presencia de la mujer en la urbe. Conocimos a su autora y a su inteligente editora, Elisabet Riera, también escritora, que nos hizo ver con más profundidad el manifiesto sentido feminista que presenta el texto a partir del recorrido literario y de la obra de arte. Llegó Annie Ernaux, la reina indiscutible de la autoficción en Francia, y leímos Los años, un texto en el que ensalza la importancia de la memoria personal y colectiva; en el que analiza el devenir de la historia contemporánea desde un punto personal. Es un texto atractivo, sentido y profundo en el que algunas de nosotras vimos rasgos de complicidad social y generacional a pesar de la diferencia de edad con la autora. El registro de lecturas cambió sistemáticamente al adentrarnos en las páginas de Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro. Una joya, pensé, antes de volver a una lectura que ya había hecho casi veinte años atrás. La lectura nos muestra que cambiamos, que cada día que pasa no somos las mismas que fuimos. Catalogada como una obra casi precursora del “realismo mágico”, comprobé que era una lectura que se alejaba de mis intereses actuales. Sin embargo, me pareció, intensa, profunda en su voluntad por explicar el México insurgente y su idiosincrasia, su interés por denotar la condición femenina, su sutil uso de un pueblo como voz narradora y con más miga de la que pueda percibirse a simple vista por estar circunscrita a un género. Compruebo también que el libro del que ya no recordaba ni la historia, ha dejado en mi la misma huella, la de un pueblo absorbido por su historia, árido, seco, cubierto de polvo y en el que sólo se pasean sus muertos.
Y eso fue lo que pasó de Natalia Ginzburg, me adentró en un estilo literario sencillo de un ritmo muy personal, sin apenas comas ni puntos, que hace avanzar la narración construyendo un ambiente de asfixia para mostrarnos las trampas de la fantasía, de seguir los pasos al enamorarnos de una idea y no ver o no querer ver la realidad. De alguna manera, señala, como dice en la novela, “la vida comienza cuando todavía somos demasiado jóvenes para comprenderla” y así a mí me hizo pensar que, al final, somos víctimas de nosotros mismos, de lo que decidimos, de lo que escogemos, fruto de la ignorancia, de los sueños, de la inexperiencia. Así de vulnerables somos los seres humanos. La misma conclusión se me antoja, para El amigo americano de Patricia Higshsmith. El punzante bisturí con el que Highsmith disecciona la mente humana volvió a mostrarme que nada es lo que parece, que ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos tanto como pensamos, que el mundo y la vida son un galimatías que descubrimos a cada paso. Y eso hacemos con la lectura con cada libro en el que nos adentramos y sobre el que opinamos. Cada una de nosotras con una visión, con una sensación diferente, con una experiencia diferente del libro, algo que indudablemente nos enriquece.
Por eso volviendo a mi última lectura Un año en los bosques, me gustaría terminar con un pasaje del final del libro: … “Pero quiero más. Quiero azulillos índigo cantando sus pareados a primera hora de la mañana. Quiero leer José y sus hermanos de Thomas Mann otra vez. Quiero hojas de roble y flores de Cornejo y luciérnagas.Quiero saber cómo está la tierra en Coon Hollow, al norte. Quiero que Asher se entere de lo que les pasa a los ácaros del oído de las polillas en invierno. Quiero enseñarles a Lyddy y a Bryan las enormes rocas que hay al fondo de la hondonada del arroyo. Quiero saber mucho más sobre las arañas morgaño. Quiero escribir una novela. Quiero bañarme desnuda en el río al calor del sol.
Por eso he dejado de dormir en la cabaña; una casa pequeña, demasiado restrictiva. Quiero el mundo entero, y también las estrellas"
Y eso espero, que sigamos disfrutando de estos espacios para conversar, disentir y compartir lecturas.
Lourdes Rubio, viajera, periodista y crítica literaria.
Marzo 2020